Habiendo hecho mi parte para alentar a la deprimida tripulación, me apresuré de vuelta a mi SU-122 y, estaba subiéndome a la superestructura en busca de la escotilla, cuando vi al cañón autopropulsado de Fomichev –comandante de la 1.ª Sección- salir de su emplazamiento y dirigirse a gran velocidad, aprovechando la protección que le proporcionaba el denso humo que impregnaba el área, al interior de un barranco muy frondoso de matorral situado a unos 200 metros de distancia de la posición de la batería.
Esta maniobra se hizo probablemente por decisión del comandante de la batería con un objetivo táctico: ganar una posición desde la que efectuar fuego de flanco contra el avance enemigo y atacar de forma inesperada en el momento clave. La distancia a los carros de combate nazis era todavía grande, así que las tripulaciones de los carros ligeros de la 129.ª Brigada de Tanques no habían disparado todavía. Nuestros cañones autopropulsados permanecían también en silencio, pero los tiradores, incluido Korolev, mantenían a los vehículos de cabeza enemigos centrados directamente en sus puntos de mira. La tensión se incrementaba con el paso de cada minuto.