Más de dos meses iban a pasar entre el final de la segunda batalla del Isonzo y el inicio de la tercera, pero en esta ocasión el general Cadorna iba a rectificar y a cambiar algunos de sus postulados iniciales. Como sus hombres habían demostrado, sobradamente, su voluntad de llevar a buen término sus ofensivas, no podía hacer recaer sobre ellos la responsabilidad del fracaso y en esta ocasión decidió mejorar la artillería de su ejército. Durante las semanas que siguieron al final de la segunda batalla, el alto mando italiano concentró 500 cañones más para reforzar el frente contra el Imperio, la mayoría de ellos pesados y muchos de ellos procedentes de la defensa costera e incluso de los barcos de la flota.
Además, Cadorna equipó a sus ejércitos con ametralladoras, morteros de trinchera, granadas de mano y uniformes nuevos que incluyeron por primera vez –por llamativo que pueda resultar– cascos metálicos (igualmente sorprendente es el hecho de que los austro-húngaros aún iban a tardar un año más en emplearlos).