El nacimiento del portaaviones (II)

Explicábamos en la entrada anterior de esta serie como, durante la Primera Guerra Mundial, la Royal Navy decidió aceptar y desarrollar los primeros portaaviones a pesar de que, cuando se propuso la idea, por primera vez, en los años previos a la contienda, no había tenido demasiado éxito. En esta entrada expondremos, de modo resumido, los motivos por los que, una vez empezada la guerra, tuvo éxito esta nueva arma naval.

The craft, loaded with a biplane, being towed behind another boat ahead of a launch

Despegar desde una lancha motora, una idea que no funcionó.

En primer lugar, el inicio de la guerra supuso un incremento de recursos. Si antes de la guerra el dinero disponible había sido empleado, fundamentalmente, para construir y modernizar los buques de la línea de batalla, según empezó a actuar la aviación naval los tácticos comprendieron que la nueva arma iba a hacerse un hueco en los combates antes del fin de la contienda y, consecuentemente, empezaron a destinar fondos a su desarrollo.

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El nacimiento del portaviones (I)

A pesar de que durante la Segunda Guerra Mundial la aviación embarcada iba a adquirir un protagonismo fundamental, provocando en las flotas del mundo entero una revolución aún más profunda que la que supuso la aparición del acorazado monocalibre, ya que convirtió en obsoletos a los grandes buques artillados, en el periodo de entreguerras no estaba demasiado claro que las cosas fueran a suceder como efectivamente lo hicieron.

El HMS Argus en 1918

El primero que propuso la construcción de un portaviones desde el que pudieran operar aviones con ruedas (y no hidroaviones) fue el teniente británico Hugh Williamson. Como suele suceder con este tipo de ideas, por supuesto, la marina la rechazó. Estamos en el año 1912, posteriormente, el oficial escribiría: “Antes de la Primera Guerra Mundial, la Marina llevaba mucho, mucho tiempo, sin haber entrado en guerra, y una larga paz hace que se desarrollen, en los oficiales superiores, el conservadurismo y la hostilidad al cambio. Así, ideas revolucionarias que fueron aceptadas de buen grado cuando llegó la guerra, eran impensables en la pacífica atmósfera de 1912.”

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