Nos hacemos hoy eco y tratamos de arrojar alguna luz sobre la famosa bandera de infantería española atribuida al Tercio de Alburquerque.
Todo apunta a que se trata de una bandera del siglo XVII, pero ¿era una capitana? ¿Una coronela? ¿A qué tercio pertenecía realmente? ¿Se perdió en la batalla de Rocroi? ¿Dónde se encontró? ¿Dónde se halla? En esta entrada trataremos de responder a todas estas preguntas.
Pese a la densa niebla y a lo reducido de su tropa, el Rey Gustavo Adolfo de Suecia había decidido presentar batala a las tropas apresuradamente reunidas por Wallenstein antes de que llegara Papphenheim a tomarse la revancha de Breitenfeld. La zanja cavada en el camino supuso un contratiempo para los suecos. Las Brigadas Azul, Amarilla y Sueca estaban retrocediendo ante la infantería imperial y Piccolomini había puesto en fuga a la caballería de Smaland. El rey necesitaba las reservas pero Bernardo de Sajonia-Weimar ya había dispuesto de buena parte en sus ataques al ala derecha imperial, en especial a la batería de la colina de los molinos de viento. Entonces sobrevino la catástrofe. Así lo cuenta Guthrie:
Hace unos días vimos la narración de la asombrosa toma de Kirchberg por parte de las tropas de Spinola en el contexto de La Guerra del Palatinado. Hoy veremos como las tropas de la Unión Protestante regresaron para recuperarla superando al capitán Misiers en una proporción de 40 a 1 y como éste la defendió con uñas y dientes con su compañía borgoñona.
Se estaba pues con el ejército vigilante, a la mira de lo que quisiera intentar el enemigo después de la llegada de su socorro, y aunque ponía el Marqués toda la diligencia posible en procurar ser informado breve y puntualmente, siendo éste un aspecto del que dependen la mayoría de los buenos sucesos de un general, y consciente de tener hasta las piedras por enemigas, le hacía perseverar en esta cuestión de entre las demás dificultades que tiene el hacer la guerra en un país tan desviado de los propios.
Ayer salió a la venta mi último libro (Ediciones Salamina), en el que abordan dos grandes hechos de armas de los Tercios Viejos de infantería española en el teatro mediterráneo. Concretamente el sitio de Castelnuovo (1539) y en el Gran Sitio de Malta (1565).
Las décadas centrales del siglo XVI constituyeron una de las épocas de máximo esplendor del Imperio Turco. Tras concluir victoriosamente la guerra con los persas y pacificar las fronteras orientales, el sultán otomano Solimán, llamado por los europeos el Magnífico, se revolvió contra occidente, plantándose en las puertas de Viena por el norte y asentándose en las plazas africanas de Berbería por el sur. Interponiéndose a ese avance inexorable por el Mediterráneo se encontraban Venecia, a ratos, los reinos españoles de Nápoles y Sicilia, y la isla de Malta de los caballeros de San Juan, verdaderas antemurallas, estos tres últimos, de los reinos de Europa occidental. Afortunadamente para la cristiandad, y en particular para las posesiones del emperador Carlos Quinto, en aquellas décadas fue tomando forma también el ejército cuyas bases sentara don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que con el andar de los años y victorias como Bicoca o Pavía acabaría dando lugar en las ordenanzas de Génova de 1536 a los celebérrimos Tercios Viejos de infantería española, de fama legendaria, que impusieron su dominio en los campos de batalla durante más de 150 años.
Veamos hoy la forma singular y el ardid del que se valieron las tropas de Ambrosio Spinola al inicio de la Campaña del Palatinado para conquistar Kirchberg, una de las plazas del elector palatino.
(Composición de José Ferre Clauzel)
Nosotros nos hallábamos en Oppenheim, aguardando la llegada de nuestra gente [el socorro que venía de Flandes], habiéndose sujetado mientras tanto a la obediencia del ejército católico por conciertos tratados con el statthalter del Elector de Maguncia, la villa de Waldböckelheim con su castillo, los de Stromberg y Kastellaun, ambos con sus villetas, y las de Bad Sobernheim y Monzingen algo mayores, todas muy a propósito para alojar a la gente más esparcida y cómodamente durante el invierno, dominando por su medio la mayor parte del Hunsrück.
Pero por haber sido en forma más militar y ser la plaza de mayor importancia, supuso mayor reputación el haber ocupado Kirchberg, villa medianamente grande, situada en una eminencia que domina en extremo todos sus contornos, con una muralla de piedra muy fuerte y espesa, aunque sin terrapleno.
Y si bien carecía de traveses, no dejaban de ser a propósito para eso las torres de muy buena piedra de que estaba guarnecida a trechos. Está ceñida por un foso de agua no malo, y las dos únicas puertas que tiene están muy razonablemente guardadas y protegidas, en fin, es villa capaz de defenderse y en extremo a propósito para fortificarse extremadamente sin mucha costa.
Se habían puesto los ojos en ella con deseo de tomarla, pero ocupado el ejército en empresas mayores, como se ha visto, había quedado en suspenso por entonces aquella intención, considerada de menor importancia, hasta que en este tiempo, habiendo conferenciado con el Marqués la traza que para su ejecución parecía más a propósito, se decidió intentarla, enviando al capitán Baron a que le encargase la tarea a monsieur de Misiers, caballero de mucho valor y experiencia militar, que por entonces se encontraba en Bad Kreuznach, que la ejecutó de esta manera.
Salió de esta villa el tres de octubre (de 1620), a cosa de las cinco de la noche, con 150 infantes escogidos, la mayor parte de su compañía, 80 arcabuceros a caballo y una carreta llena de palas, hachas y todas las municiones [pertrechos y bastimentos] de guerra. Habiendo hecho salir a su gente a la deshilada [uno detrás de otro] para evitar sospechas y avisos, se encaminó con celeridad hacia Kirchberg, que está a una distancia de 7 horas de camino, evitando todo lo posible atravesar por lugares poblados, deteniendo a cuantos se topaba por el camino y habiendo preguntando a sus guías solamente cual sería el camino más diestro para dirigirse al río Mosela, por evitar todo lo posible decir el nombre de la villa.
Le sirvieron de mucho las hachas y palas para allanar los obstáculos que el enemigo había hecho en el camino. Llegado finalmente junto a la villa, tomó consigo 15 soldados de su compañía con arcabuces de rueda y cuatro o cinco con armas de asta [picas, alabardas, etc], con los cuales fue a reconocer la puerta y los sitios más adecuados para apostar a la gente.
Hecho lo cual y ordenado que a la señal de un pistoletazo acudiese la infantería y caballería que estaba más lejos, hizo que seis soldados de su compañía se pusieran los ropajes de los villanos que servían de guías, y tomando cada uno una espada corta y una pistola, del tamaño que podían esconderla cómodamente, les ordenó que cuando abriesen la puerta se llegasen a ella con disimulo, y sirviéndose de la lengua alemana, en la que eran muy pláticos, procurasen adueñarse del puente, tirando un pistoletazo, con lo cual al momento serían socorridos desde la posición más cercana, en que estaba dicho capitán.
Llegaron, pues, los primeros algo antes de haberse abierto la puerta y fueron preguntados por los centinelas si habían visto al enemigo, tomándolos por gente suya. Los soldados habiendo respondido que no, se pusieron a coger fruta de un jardinejo que había pegado a la puerta para con aquella excusa no tener que apartarse de ella. Poco después se abrió ésta, y habiendo salido seis mosqueteros a explorar, fueron derechos a dar con la emboscada de Misiers, donde con no poca dicha pudieron sin mucho ruido asirlos y detenerlos a todos, acudiendo los soldados disfrazados sin perder tiempo a la puerta y, apoderándose del puente levadizo, hacer la señal, con la que inmediatamente fueron socorridos desde todas las posiciones emboscadas.
Los que estaban de guardia en la puerta intentaron alguna defensa, tirando unos diez o doce mosquetazos, pero fueron rechazados con muerte de unos pocos sin más daño nuestro que matar a un soldado y herir a dos. Así las cosas, se retiraron a la última puerta y la cerraron; pero, sirviéndose los nuestros de las hachas y martillos que prudentemente se habían traído, fue derribada rápidamente y entraron a la villa. Los enemigos hicieron diligentemente escuadrón en la plaza, donde pensaron rehacerse al abrigo de cuatro piezas de artillería que había en ella; pero tras alguna poca defensa depusieron las armas, procurando salvarse confusamente.
Misiers, capitán borgoñón, con sus hombres no serían muy distintos de esta magnífica pintura del maestro Dalmau
Nuestra gente hizo escuadrón entonces para no malograr semejante victoria (como ha sucedido algunas veces al no hacerlo), diligencia muy necesaria en tales casos, dejando también guarnecida con un buen oficial la puerta por donde se había entrado y enviando a ocupar la otra. Entró tras esto la caballería, que tomó y corrió todas las calles para quitar al enemigo toda esperanza de recuperarse. Llegaba la guarnición al número de doscientos hombres sin contar los burgueses, dando de inmediato cuenta de todo al marqués Spinola, en cuya estima tuvo el lugar merecido en este suceso el valor y buena suerte del dicho Misiers. […]
Y no acaba aquí todo. En una próxima entrada veremos como el capitán Misiers logró conservar la ciudad frente a una fuerza protestante muy superior.
FICHA DEL LIBRO: Colección Historia de los conflictos 14,8×21 cm. Nº de páginas: 410 págs. Incluye 27 páginas con mapas y croquis de batallas a todo color Lengua: CASTELLANO Encuadernación: Tapa blanda ISBN: 9788494288418 Año edicón: 2014
Año de 1581, La Frisia se halla amenazada una vez más por los rebeldes, y la ciudad de Groninga conspira contra Francisco Verdugo, gobernador español de la provincia y capitán general de su ejército.
Batalla de Noordhorn (1581) – croquis de situación nº1 – La Guerra de Frisia
El general inglés Norreys (llamado Norys por Verdugo), al mando de un ejército inglés ha puesto los pies en Frisia y aumenta su ejército con gente de Brabante y otras partes, haciendo promesa de pelear con el español, seguro como estaba de la victoria. Sus soldados, Ingleses y Frisones, no mantenían buenas relaciones y provocaban frecuentes altercados entre ellos por los desmanes que los soldados ingleses hacían quemando casas y villajes como represalia por la muerte de algunos compañeros suyos asesinados, a su vez, por los campesinos del lugar. La situación llegó a tal extremo, que algunos soldados frisones entablaron conversaciones con Francisco Verdugo con la intención de mudar bando para poderlos degollar más holgadamente.
La crónica del coronel Francisco Verdugo de la defensa durante catorce años de los territorios de La Frisia (Frisia, Groninga, Overijssel y Güeldres) frente a los estados rebeldes liderados por Guillermo de Orange y los miembros de su familia es un testimonio de primera mano de valor excepcional de un militar español de la época de las Guerras de Flandes.
Desde que partiera en el año 1579 para Groninga por orden de Alejandro Farnesio en calidad de capitán general hasta que la ciudad terminara capitulando en 1594 defendió todas aquellas tierras situadas al norte de los grandes ríos Mosa, Bajo Rin y Waal en una multitud de asedios, batallas, y escaramuzas con los exiguos recursos que la Monarquía pudo poner a su alcance. De manera incansable tuvo que lidiar con la animadversión de los burgueses de las ciudades, con los motines de las tropas y con las intrigas, celos y envidias que le profesaban algunos caballeros de
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