En la segunda mitad del siglo XVII Holanda se había convertido en una potencia marítima mundial, con rutas comerciales a Brasil y a las Molucas, pero el mar Báltico seguía teniendo su importancia.
Tras la victoria holandesa de las Dunas, y en los veinte años siguientes, la flota neerlandesa estuvo más ocupada con otras potencias europeas que con su enemigo tradicional, España. Inglaterra, Francia y Portugal en sucesión proporcionaron pretextos para la disputa. Pese a que en esos años había habido un enconado enfrentamiento con Portugal por el Brasil y otros territorios, pronto quedó claro para Holanda que el problema principal lo tenía en ese momento en el Báltico.