La gran masacre del 88 a. C.

En el año 88 a. C., un nuevo gobernante había conseguido asentarse en el trono del Ponto y aprovechando que en ese momento se enfrentaba a numerosos enemigos tanto externos como internos, en la propia península itálica, y además se debatía en medio de una cruenta serie de luchas civiles por el poder en la propia Urbe, había decidido entrar en guerra con la  República Romana, que podríamos considerar como la superpotencia de la época.

Conocido como «el rey veneno», Mitrídates dedicó toda su vida a inmunizarse contra ellos, y se dice que desarrolló un antídoto universal, conocido como mitridato.

Este era el contexto cuando tuvo lugar uno de los acontecimientos más extraordinarios de la historia de occidente, que sin embargo ha sido curiosamente olvidado a favor de otros similares, más tardíos y de menos entidad, pero que han calado mucho mejor en la imaginación popular. ¿Quién no recuerda el repentino descabezamiento de la Orden Templaria por el rey Felipe el Hermoso y el papa Clemente V? Múltiples leyendas de supervivencia, transformación y ocultismo nacieron de este hecho; pero la masacre de 80 000 ciudadanos romanos e itálicos (150 000 según algunas versiones) en la primavera del año antes indicado ha dado lugar a muy poca literatura, a pesar de la enigmática personalidad del hombre que la organizó: Mitrídates, el rey Ponto.

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Guerra Santa en el Cristianismo: el surgimiento de la Primera Cruzada (III)

Encontramos también esta idea de la guerra justa siglos más tarde en la figura del también ilustre pensador cristiano San Isidoro de Sevilla (556- 636 d.C.), quien sostiene:

Cuatro clases hay de guerras: justa, injusta, civil y plus quam civile. Guerra justa es la que se hace por acuerdo, a causa de hechos muy repetidos, o para arrojar al invasor. Guerra injusta la que no se apoya en legítima razón, sino en el furor” (San Isidoro de Sevilla, 2004, pág. 1215). Con el paso del tiempo, encontramos que a esta evolución hacia una concepción más guerrera de la religión se suman elementos como la integración de la ethos guerrera de los pueblos germánicos, su unión con la iglesia cristiana y la aparición del concepto de Paz y Tregua de Dios ya en el s. XI. Será en este siglo cuando la confluencia de una serie de factores, junto con esta evolución marcará un salto cualitativo. Para ello jugaría un papel trascendental la reforma religiosa de dicho siglo que afectó a una renovación de las costumbres y la moral de la Iglesia.

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Guerra Santa en el Cristianismo: el surgimiento de la Primera Cruzada (II)

Tras la muerte de Mahoma los árabes dieron principio a la guerra santa. Incluso tomaron de los conquistados sus instituciones en la medida en que pudiesen serles útiles, puesto que para gobernar el imperio que estaban formado ya no les servían sus instituciones tribales (Pirenne, 1997, pág. 124).

La expansión del Islam fue imparable y en cuestión de pocos años los árabes obtuvieron espectaculares éxitos militares, que les permitieron arrebatar al Imperio Bizantino las provincias de Palestina, Siria,  Egipto, y conquistar el imperio persa. Aunque muy variados podríamos sostener que los principales motivos de esta gran expansión fueron: la difusión del Islam a punta de espada, la conquista como resultado de un movimiento migratorio debido a la desertización de Arabia, el uso de la guerra como medio de evitar la desintegración de la unidad creada por Mahoma y la situación de crisis en que se encontraban tanto bizantinos como persas. Sin embargo, esta expansión continuó imparable y durante la época omeya continuó tanto por Oriente (ocupación de la Transoxiana y la cuenca del Indo) como por Occidente (norte de África y España) (Portela et.al., 1992, pp. 53-56). Esta constante expansión del Islam tendría como resultado el progresivo corte de las vías de peregrinación de los cristianos hacia Tierra Santa.

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Guerra Santa en el Cristianismo: el surgimiento de la Primera Cruzada (I)

Para entender el fenómeno de las cruzadas debemos tener en cuenta primero el papel trascendental que tendría en la historia el surgimiento del Islam a comienzos del siglo VII.

Fue Mahoma quien fundaría esta religión que marcaría una nueva etapa en la historia. Nacido en La Meca en el año 570, se dedicó principalmente al comercio, dentro de las numerosas rutas de caravanas que discurrían por la zona. Debido a su carácter reflexivo, dentro de su madurez comenzó una vida ascética y se retiró al desierto, donde en el año 610 se produjo la revelación que iba a cambiar su vida. Según la tradición, se le apareció el mismísimo ángel Gabriel y le anunció la que sería su misión profética.

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El Icono de la Virgen de Vladimir y su paralelismo con la Virgen de Empel

Las  bases del desarrollo del arte religioso ruso fueron plantadas a mitad del siglo X. Bautizada en Constantinopla, la santa princesa Olga hizo construir iglesias en Kiev,  Pskov y Vitebsk. Desde entonces se difundió con fuerza por las tierras rusas la devoción a la Virgen, fue esa fuerza la que promovió la formación de un arte religioso que supiera elevar el icono a la imagen divina.

Sin embargo, una vez muerta Olga, la oposición pagana impidió una propagación de la ortodoxia. Se detuvo la construcción de iglesias, pero no se interrumpió la tradición iconográfica: los cristianos en Rusia siguieron conservando sus iconos. El mismo príncipe Vladimir (nieto de santa Olga) cuando aún era pagano, se mostró sensible al lenguaje de la pintura bizantina. Ya bautizado, el príncipe Vladimir confesó abiertamente la necesidad de adorar los iconos, ya que comprendió la importancia y el significado sacramental de la pintura sagrada.

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La Batalla de Kosovo (1389)

Con la derrota de los cruzados en Tierra Santa, el estado musulmán más poderoso de la época, el imperio otomano, dio inicio a la gran empresa de conquistar Constantinopla y de seguir avanzando hacia el norte hasta el valle del río Danubio, con la intención de apoderarse de los Balcanes y de conquistar Viena.

Para lograr estos objetivos, el sultán otomano Murad I, debía conquistar primero el reino independiente de Serbia. A tal fin, buscó aprovecharse de las rivalidades endémicas que había en los territorios balcánicos. Había mucho en juego. Una victoria otomana sobre los serbios llevaría el Islam al corazón de Europa, mientras que una victoria de los serbios y sus aliados contra los turcos quizá inyectara un nuevo vigor al decadente Imperio Bizantino, ¿y quién sabe?, quizá un nuevo entusiasmo por la cruzada contra el Islam.

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Guillermo el Conquistador y la Batalla de Hastings (1066) – Parte II

El rey Harold había salido airoso de la batalla de Stamford Bridge, los noruegos habían sido destruidos y sus restos habían embarcado de nuevo rumbo al norte.

Harold también tuvo pérdidas de importancia, lo que tendría serias consecuencias de cara al enfrentamiento que se avecinaba con Guillermo. Éste ultimaba preparativos para navegar a las islas. Sus fuerzas  ya estaban listas a primeros de agosto, pero por alguna razón no zarpó. Y luego a mediados de septiembre no pudo debido a los vientos contrarios de la mar. El 27 de septiembre finalmente roló el viento al sur y la flota zarpó, desembarcando al día siguiente en Penvensey.

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