El Islam significa sumisión a Dios y musulmán significa sumiso, Allah es sólo uno y por tanto sus servidores tienen el deber de imponerlo a los infieles. No proponen su conversión, sino su sujeción.
Guerreros árabes de la época de Mahoma. Ilustración procedente de “Armies of the Muslim Conquest” publicado por Osprey Publishing
Esta vocación guerrera queda constantemente recogida en pasajes del Corán: “Di a los beduinos rezagados: “Sois llamados a combatir a gentes dueñas de gran valor. ¡Combatidlas o islamícense!” Si obedecéis, Dios os dará una hermosa recompensa, si os replegáis, como os replegasteis anteriormente, os atormentará con un castigo doloroso.”[1]
Esta religión está hecha de una mezcla de las doctrinas judía y cristiana, elaborándolas de tal forma que en muchos aspectos implicaba un retroceso a los autores más arcaicos de la Biblia hebrea, del Yahvé belicoso y vengador. Sobre esta reformulación del monoteísmo se instauraba una sociedad teocrática, férreamente sometida a una legislación tenida como revelada por Dios, que llamaba a la guerra de expansión en nombre de la fe.
El Islam es una religión de guerra, que promete a sus fieles el botín sobre la tierra y recompensas materiales en el cielo (siendo esta la causa de la difusión rápida). Es importante para entender el motivo de la belicosidad musulmana las palabras de Mahoma: “¿Quién es más injusto que aquel que inventa, contra Dios, la mentira cuando se le invita a convertirse al Islam? Dios no conduce a las gentes injustas; querrían apagar la luz de Dios con el soplo de sus bocas. Pero Dios terminará su luz, aunque repugne a los incrédulos. Él es quien ha mandado a su Enviado con la Dirección y la religión verdadera para que resplandezca sobre toda otra religión, aunque repugne a los incrédulos. ¡Oh, los que creéis! ¿Os guiaré a un negocio que os salvará del tormento doloroso? ¡Creed en Dios y en su Enviado! ¡Combatid en la senda de Dios con vuestros bienes y vuestras personas! Esto es lo mejor para vosotros, si vosotros sabéis. Si lo hacéis, Dios os perdonará vuestros pecados y os introducirá en unos jardines en que por debajo corren los ríos, y en excelentes moradas en los jardines del Edén. Este es el mayor éxito.”[2]
La Yihad tiene unas bases bien asentadas en el Corán y la Tradición (Hadices). Si bien no es uno de los cinco pilares del Islam, lo cierto es que es un precepto de forzoso cumplimiento para los musulmanes, altamente recomendable. De hecho, de acuerdo con el Corán y la Tradición no hay otro acto más meritorio o piadoso, que combatir en el camino de Dios. Con la Yihad Allah lava los pecados de los fieles, y estos consiguen un atajo para llegar al paraíso. La recompensa para el mujahidin es el paraíso, tan grande como el cielo y la tierra.
La Yihad se practica para expandir y defender el Islam. Como tal es una obligación que puede ser colectiva, en el caso ofensivo, o individual, en el caso defensivo. En el primer caso el dirigente correcto es el que tiene potestad de predicar la Yihad y reclutará un número de tropas, de tal manera que el servicio de unos exime a otros. Sin embargo, si las tierras del Islam fueran atacadas es deber de todos los musulmanes combatir para defender la ley y su fe, sin que haga falta esperar a una autoridad establecida.[3]
Así es que inmediatamente después de su muerte, los árabes dieron principio a la guerra santa. Después de cada conquista buscaban apoderarse de la ciencia y el arte de los infieles para cultivarlo en honor de Allah. Incluso tomaron de los conquistados sus instituciones en la medida en que pudiesen serles útiles, puesto que para gobernar el imperio que estaban formado ya no les servían sus instituciones tribales.[4]
En cuestión de pocos años los árabes obtuvieron espectaculares éxitos militares, que les permitieron arrebatar al Imperio Bizantino las provincias de Palestina, Siria, Egipto, y conquistar el imperio persa. Esta vertiginosa expansión, realizada en tan poco tiempo y a expensas de estados tan poderosos, sorprendió a los propios conquistadores. Los motivos de esta gran expansión son: la difusión del Islam a punta de espada, la conquista como resultado de un movimiento migratorio debido a la desertización de Arabia, el uso de la guerra como medio de evitar la desintegración de la unidad creada por Mahoma, la situación de crisis en que se encontraban tanto bizantinos como persas… Durante la época omeya esta expansión continuó, tanto por Oriente (ocupación de la Transoxiana y la cuenca del Indo) como por Occidente (norte de África y España).[5]
Expansión del Islam
Por otro lado, la concepción y evolución de la cruzada en el mundo cristiano es mucho más compleja. Si en el mundo musulmán el concepto de Yihad está presente desde sus bases fundacionales, lo cierto es que la aceptación y el desarrollo de un concepto de guerra santa, en el mundo cristiano resultará más complejo. De hecho la iglesia ortodoxa no reconoce este tipo de guerra, y no podemos hablar de que exista un corpus canónico específico de la cruzada para el mundo cristiano occidental durante gran parte de la Edad Media.
Ya en el s. V San Agustín de Hipona en el contexto de la caída de Roma, introduce el concepto del empleo justificado de la violencia en el marco de una guerra justa. Sin embargo matar, sea en una guerra justa o no, se seguirá considerando pecaminoso. Para Agustín de Hipona la guerra, en tanto que consecuencia del pecado, resulta del todo inevitable en las sociedades, siendo inherente a la ambición de poder del hombre. Ahora bien, San Agustín pone el énfasis no en la guerra en sí misma, sino en la intención del combatiente, esto es, en la pureza de sus motivaciones. De aquí se deriva una consecuencia fundamental para la teoría agustiniana: la guerra y el Evangelio serían compatibles siempre que sea el amor y no el odio o la ambición de poder el verdadero móvil del guerrero. Por consiguiente, al cristiano no le sería lícito matar ni siquiera en defensa propia si son sus intereses privados los que están en juego.
La primigenia doctrina evangélica que proponía una respuesta no violenta del cristiano a la violencia de otros era así reinterpretada por el obispo de Hipona, quien llega a sostener que, precisamente por amor, el cristiano debe corregir el pecado incluso con las armas. Tan solo los actos violentos sancionados por las autoridades del Estado cristiano eran legítimos a los ojos de Agustín de Hipona. De esta forma San Agustín preparó el camino para la posterior sacralización de la guerra justa por parte de la Iglesia en los siglos medievales, siendo su pensamiento clave para comprender cómo fueron posibles las Cruzadas. [6]
San Agustín de Hipona
En esta evolución hacia una concepción más guerrera de la religión encontramos elementos como la integración de la ethos guerrera de los pueblos germánicos, su unión con la iglesia cristiana, ejemplarizado con Carlomagno y la aparición del concepto de Paz y Tregua de Dios ya en el s. XI. Será precisamente en este siglo cuando la confluencia de una serie de factores, junto con esta evolución marcará un salto cualitativo. Fundamental para ello sería la reforma religiosa de dicho siglo que afectó a una reforma de las costumbres y moral de la Iglesia. Todo ello, junto con la influencia de las campañas contra los infieles en Hispania y Sicilia, llevará a la predicación de la primera cruzada en Clermont.[7]
Aunque ya los bizantinos habían hecho la guerra contra los musulmanes y había portado la cruz durante sus campañas, a las cuales el pueblo dio en ocasiones un profundo sentido de santificación, no se puede hablar de guerras por la fe. La iglesia bizantina nunca dio demasiada importancia al concepto de guerra santa.
Viene de La Guerra Santa en el Corán y su evolución hacia la Primera Cruzada (I)
Sigue en La Guerra Santa en el Corán y su evolución hacia la Primera Cruzada (III) – Las Cruzadas
[1] Anónimo. ob. cit., pág. 373, azora 48, 16.
[2] Ibíd., págs. 407-408, azora 61, 7-12.
[3] Rodríguez García, J. Manuel. “Predicación de cruzada y yihad en la Península Ibérica: una propuesta comparativa”. Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval. Nº 17 (2011): pág. 119.
[4] Pirenne, Henri. Mahoma y Carlomagno. Madrid: Alianza Editorial, 1997, pág.124.
[5] Portela, Ermelindo et.al. Historia de la Edad Media. Barcelona: Ariel, 1992, págs.53-56.
[6] Rodríguez De La Peña, M. Alejandro. “Monacato, caballería y reconquista: Cluny y la narrativa benedictina de la guerra santa”. Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval. N. 17 (2011): págs. 184-188.
[7] Rodríguez García, J. Manuel. ob. cit., pág. 121.