En 336 a.C., el aristócrata Pausanias, miembro de la guardia del rey y supuestamente uno de sus amantes, asesinó a Filipo II, rey de Macedonia. Pausanias fue eliminado casi de inmediato.
El hijo de Filipo, Alejandro III (356-323), de 20 años, le sucedió el trono. Dos años antes, en 338 a.C., Filipo había derrotado a las principales ciudades-estado griegas en la batalla de Queronea y se había hecho dueño de Grecia a través de la Liga Helénica, un paso esencial previo a la gran empresa que planeaba de invadir y conquistar Anatolia, y quién sabe si no hacer caer al imperio persa.
Nada más ascender al trono, Alejandro aplastó con el rayo una rebelión de las ciudades-estado griegas del sur y montó una pequeña campaña de incursión punitiva contra los vecinos del norte de Macedonia que fue todo un éxito. Una vez todas las cosas estuvieron en orden, recuperó los viejos planes de su padre contra el imperio persa.
Tras dejar a su amigo Antipatro con un ejército de 10.000 hombres en Macedonia y Grecia, Alejandro partió de Pella en la primavera de 334 y atravesó Tracia hasta llegar al Helesponto (hoy los Dardanelos) a la cabeza de un ejército de unos 30.000 infantes y 5.000 jinetes. Entre sus fuerzas había contingentes auxiliares de la Liga Helénica enviados por las ciudades-estado griegas. En tres semanas, Alejandro había llegado a la costa y cruzado su ejército al otro lado sin oposición persa con una flota prestada por sus aliados griegos de 160 trirremes.
La flota persa estaba integrada por unas 400 trirremes fenicias y sus tripulaciones estaban mejor entrenadas. Sin embargo, sorprende que no apareciese un solo navío al lugar de la operación de cruce. Alejandro dio instrucciones a sus subordinados para que no hubiese ningún tipo de pillaje o saqueo, ya que desde ese momento esas eran también sus tierras. Las sumisiones de las ciudades griegas de Asia menor no tardaron en llegar con emisarios ante los invasores.
No obstante, los persas no permanecían pasivos ante la amenaza. El rey Dario III estaba reuniendo tropas para oponerse a los macedonios. Memnon, un general mercenario griego al servicio de Dario, sabía que Alejandro tenía unas débiles líneas logísticas y que andaba corto de fondos, así que optó por una política de tierra quemada que forzase a Alejandro a retirarse. Al mismo tiempo, Darío debía emplear su flota para transportar el ejército e invadir Macedonia.
Memnon también aconsejó a los persas que evitasen a toda costa una batalla campal, lo que parece que hirió el orgullo persa e hizo que sus autoridades descartasen el plan del general de Rodas. Los dos ejércitos se encontraron en el mes de mayo. El contingente persa, aproximadamente del tamaño de la fuerza de Alejandro, tomó posiciones en la orilla oriental del río Gránico, un cauce con una poderosa corriente en Anatolia occidental, cerca de la costa del mar de Mármara.
Los persas contaban con una poderosa caballería pero su infantería era débil, quizá reforzada por un componente pesado de unos 6.000 hoplitas griegos mercenarios. El general Memnon y los mercenarios hoplitas griegos formaban en el frente, desplegando un sólido muro de lanzas, apoyados por auxiliares armados con jabalinas. La caballería persa se situaba en los flancos, dispuesta a actuar como infantería montada.
Cuando llegó el ejército de Alejandro, Parmenio y otros generales macedonios se adelantaron a reconocer al ejército enemigo y aconsejaron al monarca argéada que no atacase. ¿Por qué? Lo veremos, junto con el resto de la batalla en la próxima entrada.
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La flota persa estaba fondeada en Egipto, combatiendo una rebelión, al menos eso menciona Barceló en su libro sobre el conquistador macedonio. Obviamente, Alejandro escogió el mejor momento para cruzar el Egeo, si la flota persa lo hubiera interceptado su aventura hubiera concluido antes de empezar, la flota macedonia no era rival para la de los persas.