Tras nueve días de navegación se presenta ante la isla de Santa Rosa que cerraba la bahía que daba acceso a la ciudad. La entrada a dicha bahía estaba defendida por el fuerte de San Carlos en el lado continental y una batería de cañones en la isla de Santa Rosa.
Sitio de Pensacola 1781
Gálvez inmediatamente desembarca a su tropa en dicha isla tomando fácilmente su batería haciendo huir a los bergantines británicos, Mentor (16) y Port Royal que les hacían fuego desde dentro de la bahía. Se había anulado el fuego cruzado en la boca de entrada, así que el navío San Ramón (64), insignia de la flota y comandada por el jefe de la fuerza naval Calvo de Irázabal, intenta pasarla pero embarranca parcialmente con un banco de arena.
Afortunadamente logra zafarse de la trampa y escapar de los cañonazos del fuerte, pero en vista de lo sucedido Calvo de Irázabal prohíbe que ningún barco pase por dicha boca. Irázabal y Gálvez intercambian cartas con duras palabras y acusaciones, pero tras varios días el segundo vio que las condiciones de sus soldados no eran buenas y que empeoraba la meteorología con lo que en caso de tempestad se harían a alta mar para evitar embarrancar, lo cual supondría el fracaso de la expedición.
Escudo de armas de Bernardo de Gálvez. Yo solo.
Ocurrió entonces que con cuatro embarcaciones que estaban a su cargo por ser de Nueva Orleáns, el tenaz Gálvez se lanzó contra la boca. Al frente de ellos iba él mismo, a bordo del Galveztown (6) un bergantín inglés capturado, regalo de los norteamericanos para el mariscal español. Mientras ponía proa al estrecho de la bahía izaba insolentemente la insignia de almirante y les dirigía osadas palabras al resto de la escuadra: “Una bala de a treinta y dos recogida en el campamento, que conduzco y presento, es de las que reparte el Fuerte de la entrada. El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante con el Galveztown para quitarle el miedo”. Y así bajo el fuego de la fortificación se adentró el bergantín seguido de la balandra Valenzuela y dos lanchas cañoneras sin embarrancar y sin sufrir apenas daños por parte del enemigo.
Ardorosos o muertos de vergüenza el resto de la escuadra española imitó la acción de los cuatro valientes dejando en soledad al San Ramón (64) que puso proa a La Habana de vuelta con el furioso Calvo Irázabal a bordo. Limpiando la bahía de embarcaciones enemigas, Bernardo puso pie en tierra y montó su campamento mientras acordaba con el general inglés John Campbell respetar a la gentes y las construcciones del pueblo de Pensacola, algo que luego no cumplió el británico al incendiar el pueblo.
Último asalto español a Fort George. Pensacola
Pensacola tenía tres fortalezas en línea que estaban sucesivamente a mayor cota que las anteriores, Fuerte Jorge, El Sombrero y más elevada de ellas el Fuerte de la Medialuna. Tanto Campbell como Gálvez sabían que si caía esta última fortaleza, el resto también lo haría como piezas de dominó llegando hasta el Fuerte George que era el que controlaba bajo su fuego la ciudad. De esta forma ambos contendientes concentraron sus fuerzas en el Fuerte de la Medialuna. El 22 de marzo llegan, tras una terrible marcha de 140 kilómetros desde Mobila, Ezpeleta y sus 500 soldados incluyendo caballería y varias piezas artilleras. Dos días más tarde arriban también los refuerzos de Nueva Orleans, con 1627 hombres, 3 barcos y artillería de sitio. Ya contaba con 33 barcos y 4922 hombres.
Don Bernardo se vio ya con fuerzas suficientes y ordenó construir una serie de trincheras para ir aproximándose de manera paulatina hasta el fuerte, mientras que los 2000 soldados ingleses y sus 500 mercenarios indios no paraban de hostigar a los sitiadores, temibles escaramuzas en las que Gálvez incluso es herido. Era claro el beneficio que suponían los indios para los británicos, por eso Campbell rechazó dejar de utilizarlos.
Otra visión de la toma de Fort George
Para colmo de males el tiempo no acompaña encharcando las trincheras y volviendo penosas las condiciones de vida de los soldados españoles, que tras días divisan con angustia como se aproxima una escuadra. La fortuna les sonríe, son los refuerzos prometidos por Saavedra, unos 20 barcos y 3234 hombres que al mando del jefe de escuadra don José Solano Bote estaban distribuidos de la siguiente forma:
11 navíos de línea: San Luis (80) insignia de Solano, San Nicolás (80), San Francisco de Asís (74), Arrogante (74), Guerrero (74), San Gabriel (74), Magnánimo (74), Gallardo (74), San Francisco de Paula (74), Dragón (60) y Astuto (58).
1 fragata: Nuestra Señora de la O (36) al mando de Gabriel de Aristizábal.
4 navíos de línea franceses: Palmier (74), Destín (74), L’Intrepide (74) y Le Triton (64).
2 fragatas francesas: L’Andromaque, Licorne.
1 bergantín francés: Levrette.
1 cúter: Le Serpent.
1600 soldados al mando del Mariscal de Campo don Juan Manuel de Cagigal.
909 marineros.
725 franceses: Regimientos de Orleáns, Poitou, Agenois, Gatinois, Cambreis, Du Cap, artillería del Ejercito y artillería de Marina.
Con ellos las fuerzas al mando de Gálvez, suman 8156 hombres de las más diversas procedencias y ya tiene casi finalizada la colocación de la artillería de asedio bajo la protección de las trincheras situadas frente al Fuerte de la Medialuna. El golpe moral para los ingleses debió ser durísimo, incluso los indios dejaron de atacar barruntando la derrota británica.
Bergantín Galveztown. Yo solo.
El 8 de mayo de 1781 la artillería española con la estimación de distancia de un desertor inglés abrió fuego por primera vez, de manera tan certera que una granada alcanzó el polvorín enemigo, provocando una terrible explosión que mató a 105 defensores y “transformó el reducto en un montón de escombros”. Tras este espeluznante suceso las tropas españolas entraron en cuatro columnas en aquella fortificación llena de cadáveres y moribundos, que se rindió sin oponer resistencia.
Viene de Bernardo de Gálvez (III) – La toma de Fort Charlotte en Mobila (Alabama)
Sigue en Bernardo de Gálvez (V) – Gobernador de Nueva España