El 28 de julio de 1942 la Unión Soviética estaba de nuevo al borde del derrumbe. A pesar de la victoria de invierno ante Moscú, con la llegada del buen tiempo el Ejército Rojo había sufrido nuevos descalabros, tanto ofensivamente, como en su ofensiva contra Jarkov, como defensivamente, pues las tropas alemanas habían llegado ya a la gran curva el Don. Se les estaban acabando tanto el espacio estratégico como la capacidad de resistencia económica, y era necesario que tanto tropas como oficiales dejaran de pensar en retiradas, por muy potente que fuera el rodillo alemán al que se enfrentaban.
Estas eran las circunstancias cuando Stalin emitió su orden 227, que, poco publicitada por el régimen comunista a causa de su dureza, salió plenamente a la luz en 1988 y desde entonces ha sido objeto de muchas controversias.
Sin duda la parte más discutible de la orden fue la referente a las diversas acciones y castigos penales que se ordenaron.
Así, a nivel de frente, los consejos militares debían “erradicar la actitud de retirada de las tropas con mano de hierro, y prevenir la propaganda que decía que debía seguirse la retirada hacia el este”; los jefes de ejército que permitieran la retirada de sus tropas a voluntad debían ser enviados a la Stavka para ser juzgados ante una corte marcial. También debían organizarse, en cada frente, entre1 y 3 batallones penales de unos 800 hombres a los que debían ser enviados los oficiales y oficiales políticos de alto rango que hubieran roto la disciplina por cobardía o inhabilidad. “Estos batallones debían ser desplegados en las secciones mas difíciles del frente, dándoles la oportunidad de redimir sus crímenes contra la Madre Patria con su sangre”.
Descendiendo en el escalafón, también los consejos militares y comandantes de los ejércitos recibieron misiones específicas: retirar de sus puestos a los jefes de cuerpo y de ejército, así como a los oficiales políticos del rango correspondiente, que hubieran permitido a sus tropas retirarse sin autorización, y enviarlos ante la correspondiente corte marcial; “formar entre 3 y 5 unidades de guardia bien armadas y desplegarlas por detrás de las divisiones poco estables, obligándolos, en caso de pánico o retirada caótica, a ejecutar sobre el terreno a quienes extiendan el pánico y a los cobardes, dando así a los soldados fiables una oportunidad para cumplir con su deber para la Madre Patria”. A este nivel el documento ordenaba también la formación de entre 5 y 10 compañías penales para soldados y suboficiales que hubieran roto la disciplina por cobardía o inestabilidad.
Finalmente, a nivel de cuerpo de ejército las obligaciones eran prácticamente las mismas, exceptuando la de formar unidades especiales, pero incluyendo la obligación de colaborar en todo lo necesario con las unidades de guardia.
Sin duda drástico y discutible, lo antedicho no fue, sin embargo, el único contenido de la orden, sino más bien su parte final. Antes de exponer la lista de castigos y consecuencias la orden de Stalin describió la penetración alemana; la pérdida de confianza de la población en el Ejército Rojo; y opuso la finitud de los recursos de la nación a la sensación que tenían muchos soldados y oficiales del frente de que tenían espacio para retirarse indefinidamente, añadiendo que esta era una idea que debía ser erradicada.
Hay que decir que, lejos de la gran propaganda, el documento hacía una autocrítica severa, identificando como problema fundamental la falta de disciplina, y aportando la que, a juicio del dictador y de su camarilla, era la solución necesaria: “la conclusión es que ha llegado la hora de detener la retirada. ¡Ni un solo paso atrás! Este deberá ser nuestro eslogan a partir de ahora”.
¿Sirvió de algo? Probablemente el máximo exponente de esta orden fue la tenaz resistencia de Stalingrado, que comenzó un mes más tarde. Sin embargo, en aquel momento no todo el mundo estaba convencido de que la orden llegara a tiempo, aunque si es cierto que muchos, desde los oficiales hasta los soldados, alabaron las draconianas medidas que implementaba; y hoy en día los historiadores que basan sus trabajos en el combatiente soviético han discutido su efectividad a la hora de fundamentar resistencias a ultranza como la del 62 Ejército en Stalingrado.
Probablemente, concluimos, la orden fue la chispa, Stalingrado –la ciudad de Stalin y uno de los últimos grandes centros fabriles y nudos de comunicaciones que restaba al oeste de los Urales- el combustible y, los soldados soviéticos del 62 Ejército, el oxígeno que alimentó la llama de resistencia en todo el país. Pero no se puede afirmar que, sin la orden, Stalingrado no hubiera resistido.